Eran tiempos difíciles para el equipo deportivo amateur Amigos del Illia. Cada vez se hacía más complicado convocar jugadores que se comprometieran a ir todos los sábados a la tarde a las canchas del club Nación a jugar el desprestigiado torneo Coopefútbol. Ni siquiera hace falta hablar del nivel deportivo que podía lograrse cuando la única virtud técnica que se necesitaba para jugar era asumir la responsabilidad semanal de concurrir a los partidos. El dinero tampoco era algo que impidiera a alguien jugar, si había compromiso y buena leche los demás compañeros hacían un esfuerzo extra para solventar a quien estuviera en problemas.
Cada principio de año los que iban siempre llevaban a algún amigo a "probarse" lo que consistía en jugar un par de amistosos y compartir algún que otro asado, actividad aún más prolifera que la deportiva en este equipo. El plantel del Amigos del Illia esta formado por personajes de todo tipo de profesiones, pero sus pilares, los que armaron el equipo son o eran empleados trabajadores de un colegio con el mismo nombre que también tiene relación con la universidad local.
Un día un amigo de un amigo de un amigo llevo a un flacucho con barba que no tenía pinta de jugador, algo que habitualmente sucedía con los convocados, nadie sabía a que se dedicaba pero si que había intentado terminar una carrera universitaria y no lo había logrado. Lo apodaban "el psicólogo".
Este tipo no tenía habilidad alguna con el balón, el decía que jugaba de 2, carecía de velocidad, de técnica, no era tiempista, ni siquiera era violento ni ordenaba a los demás como defensa, pero sí poseía otro tipo de habilidades.
Tenía un don, una habilidad fuera de lo común. El tipo veía al rival y empezaba a analizar su lenguaje corporal. Tal vez cruzaba una palabra con alguno que otro, hasta que finalmente elegía a su víctima. En algún momento del partido le susurarria algo al oído y listo el tipo se sacaba, quedaba fuera del partido y se hacía echar o ya no tocaba una bola.
Con los pocos datos que obtenía sabia exactamente que tecla tocar para generar la debacle, problemas de pareja, complejos de inferioridad, conflictos no resueltos del "super yo" y todo tipo de problemáticas psicológicas.
Su magia negra solo podía usarse para "destruir", no era un líder motivador que podía brindar palabras dulces a sus compañeros, él solo escupía detonantes negativos que arruinaban el desempeño de los rivales.
También tenia poder sobre los árbitros, manipulándolos con sus culpas y determinando, según sus palabras: "todos los árbitros tienen complejo de inferioridad, son jueces de 22 tipos por 90 minutos, en esta isla temporal donde ellos mandan su verdadera condición de pollerudos y esclavos de sus mujeres y amantes desaparece y es solo en este recorte de la realidad donde se sienten realmente hombres. Recordarles lo finito de este estado es la clave para lograr su inestabilidad mental".
Cada vez que había un tiro libre en contra del Illia, muy común debido a la brutalidad de sus defensores, el psicólogo se quedaba cerca del lanzador y le deslizaba alguna frase que recordaba lo misero de la existencia humana, provocando un tiro libre defectuoso y la depresión temporal del delantero.
Rara vez entraba en contacto con la pelota pero su presencia era vital. Una vez se atrasó en una cuota y Mariano, el delegado del equipo, se la exigió de manera exagerada. El psicólogo lo tomo a mal y uso su hechizo. El resultado fue el esperado, una profunda depresión afecto al funcionario amateur. Vale decir que debido a lo intenso de su negatividad el psicólogo ya no poseía amigos en el plantel y había dejado de ir a los asados. Finalmente escupió maldiciones personales a cada uno de sus compañeros y se fue para siempre.
Actualmente el Illia sigue con problemas de grupo, peleas internas, incesantes amenazas de renuncia y cabareteadas, pero pese a ello aún siguen adelante perfilándose como uno de los equipos más bebedores de cerveza del torneo 2018.